Tengo la necia costumbre de escribir en mis cumpleaños. Isabel Allende lo hace en el aniversario de la hija que perdió y yo en el aniversario del año que gano. Eso no tiene mucha importancia pero me gusta generarme mis propios grados de separación con una de mis más admiradas escritoras.
Hay pocas escenas de película que me hayan conmovido más que aquella de Love Actually en la que el mejor amigo del esposo de Keira Knightley le dice que "para el, ella es perfecta". ¿Ya se acordaron? ¿Ya hicieron "awwwww si, qué linda"? Ok, sigamos.
Hay pocas escenas de película que me hayan conmovido más que aquella de Love Actually en la que el mejor amigo del esposo de Keira Knightley le dice que "para el, ella es perfecta". ¿Ya se acordaron? ¿Ya hicieron "awwwww si, qué linda"? Ok, sigamos.
Este año ha sido de retos, de muchísimo crecimiento personal, profesional y humano. De sentarme indio en estadios, de escribir crónicas, de hacer entrevistas que jugadores compartieron en sus redes, de aprender lo que significa patear una bola en el Real Atenea, perder amigas de años, ganar amigos de siempre y muchas, muchas otras cosas.
Cambié mi trabajo más estable por uno en el que "ganaba más" y sólo así aprendí que a veces ganar más no es lo más indispensable. Con todos esos cambios, esas glorias, esos milestones me vi siempre felicitando a mi mente y despreciando mi cuerpo.
Ahora sí, vamos a entrar en materia. Hace no mucho tiempo me caí, en lo que aseguro fue la inspiración para un episodio de "los caballeros las prefieren brutas", y me lesioné un tobillo. Desde ese día, no sólo aumentó mi peso sino también mi enojo por lo que cada día veía en el espejo. Tardé muchos meses, podría decir que años, en volver a caminar bien. Pero eso no me importaba porque había subido de peso y, por lo tanto, yo ya no era yo.
Mi peor miedo, lo crean superficial o no, era ser gorda. De verdad se los digo. Ahí a la parcita de que se mueran los papás, Matilda, morirme sin haber dado suficiente amor al mundo o nunca involucrarme en la lucha por la educación de las mujeres, estaba tercamente un pensamiento que se encendía cada vez que me subía en una pesa.
En el cole, era capaz de comer manzanas, agua y sodas durante todo un día sólo para mantenerme "delgada". En la U, tomaba agua y comía piña deshidratada hasta verme como quería verme, provocandome llagas en el duodeno, colitis, grastritis y -junto a unos episodios de estrés y/o carácter- varias gastroenteritis que a hoy me siguen pasando la factura. Cuando el sobrepeso llegó a mi vida, cuando la aguja de la pesa subió de 80kg, me deprimí. Y nunca me lo había confesado.
Ese día perdí mi valor, completo. No importa lo que hiciera, cómo me proyectara o lo que le externara al mundo, la cosa es que si yo no estaba flaca ¡no era nadie!. Mis familia, mis amigas e incluso mis amigos empezaron a hacerme "notar" que estaba "más gordita". Si, yo también escuché por años esa frase de "tratá de comer mejor", "se te ven más apretadillos los pantalones", "diay pero ese tobillo le impide hacer de TODO? Es que es urgente que haga algo de ejercicio".
Por años, traté desesperadamente de darme ese valor a través de alguien más. Como si fuera una búsqueda de tesoros pasé muchos años esperando halagos de novio, familiares, amigos, amigas y -ya en la época de soltería- de muchachos X que se acercaron en el camino. Esos halagos eran el carbón que ocupaba mi motor para producir un poco de calor, sólo esperando a que mi autoestima viniera a tirarle un balde de agua helada que dijera; "¡Por supuesto que te iba dejar, si sos gorda! ¡Por supuesto que no te iban a dar ese trabajo, si sos gorda! ¡Por supuesto que no te va amar!, ¿es que no te has visto en un espejo?".
Fueron unos larguísimos 5 años. De perder, de llorar, de sentirme abandonada, traicionada y temerosa porque yo, por más inteligente que fuera, había perdido el valor desde aquella cita con la escala. Altanera y orgullosa, cual Bikina, iba convenciendo al mundo de que todo el dolor era pasajero y que no me importaba que me hirieran, iba convenciendo a quien me hizo daño de que "era mejor persona que eso" y podía perdonar al punto de hasta ser "amiga" de quien me hizo daño, iba convenciendo de que me amaran. De que, por favor, me amaran. Conocí muchachos que me consideraban perfecta pero, como yo, no me creían "suficiente" como para presentarme ante sus amigos porque físicamente yo no cumplía su estándar. No, nunca me lo dijeron pero lo se porque ambos después sufrieron con una "flaca". Conocí personas que me veían en la calle de arriba abajo y descubrí que desde el primer kilo extra de peso, en la calle para ofenderte te gritan "gorda estúpida", "gorda X", "gorda Y" cuando vas manejando. Sin saberlo, me hacían daño a propósito desde afuera, como si el castigo interno ya no fuera suficiente.
Entonces, me despidieron, Tengo poco más de un mes de estar sola conmigo, de inspeccionarme las heridas, de cantarme las verdades y escuchar por primera vez a mi familia decirme su percepción. No, no ha sido nada fácil. Pero un día, me paré frente al espejo sin ropa y lejos de llorar, me sonreí. Acepté esa pancita, acepté las "llantillas", acepté mis muslos antes perfilados, acepté mis ojeras de Maruja. Me acepté. Y finalmente, me vi como Dios quiso que me viera.
Me puse un jeans y una blusa y ya no me decía "chancha" en la cabeza. Empecé a erguir mi caminar. Empecé a levantar la cabeza y a decirle al mundo que aquí iba Gabriela Cantero, una mujer que hoy sabe qué quiere y para dónde va. Ese día, acepté que nunca me iba a ver como una modelo pero que, por AMOR a mi cuerpo y mi salud, iba hacer un régimen que ofrece Bienestar Holístico Costa Rica (Si, es de mi hermana y si, se los recomiendo a todos).
De ese día a hoy he bajado 6 kilos, la cara se me ve más perfilada, tengo menos panza y las piernas van acomodándose. Pero no me amo más por eso. Me amo, porque al fin puedo decirme que para mí YO SOY PERFECTA. Por fin entendí qué me hizo llorar con tanto ahínco ese 24 de diciembre cuando veía Love Actually por primera vez: A mi nadie me lo había dicho. Y un día, decidí decírmelo yo.
Con la reconstrucción del autoestima vienen una serie de decisiones peligrosas sólo para quienes en algún momento se habían aprovechado de la falta de la misma: Ya no soporto las faltas de respeto, confronto las ofensas, aborrezco los chismes y no me daría por menos en una relación por "sentirme amada" o al menos deseada un ratito. Yo soy ese príncipe azul que un día soñé. Soy yo, es mi aceptación de mí ese amor que tanto estaba esperando. Hoy que entiendo cuánto valgo frente a Dios no tengo miedo de buscar una beca, aplicar a un trabajo o dar mi opinión. El perfecto amor echa afuera todo temor, dicen la Biblia y mi madre.
Muchachas, las invito a encontrar ese amor por ustedes. Enciérrense, busquen tiempo con ustedes, oren. Sólo el conocimiento de uno mismo lo puede salvar de las convenciones sociales. Ya no me importa estar soltera porque no estoy sola. Estoy conmigo. Y si de Dios es voluntad que algún día no lo esté, el hombre que yo ame va ser un valiente, porque no me voy a conformar con menos que eso. Y es hasta este momento que puedo agradecerle al Creador a mi familia, a mis amigos, mis decisiones maduras. Cada gesto, cada movimiento y cada dia vivido: To me, I`m perfect. ¡Bienvenidos 28!
Posdata: Les dejo la canción que me ha acompañado estos 28 años y la que me he cantado con especial dedicación en este proceso.