Durante el curso de mi vida, he conocido montones de muchachas sumamente capaces que han tenido que dejar o dejado por gusto sus sueños en aras de encajar en lo que parece ser una tradición familiar. Una suerte de cartas que se tiró antes de su nacimiento y que poco a poco ellas van cumpliendo como si la vida fuera una montaña rusa de un sólo carril. Y después está ella. Si, ésa que teniendo todo en contra rompió el molde. Ésa que decidió ser el salmón en medio de muchos peces, ésa que pasaba pegada a los libros y se sintió realizada el día que la aceptaron en la universidad que escogió.
La que siempre cuenta los pases 2 veces para estar segura de que le alcanza y siempre trae la merienda de la casa, ¿por qué? Porque ahorra. ¿Por qué ahorra? Porque trabaja para ganarse el dinero para pagar esa carrera. La que siempre anda un montón de bolsos y a veces no tiene tiempo para vacilar después de clases.
La que entendió el valor de la diferencia que hacen esos 15 minutos antes en la oficina, la que lloró y sufrió, la que luchó pero lo logró. Mi vida, mi título, mis aspiraciones y mis metas son producto de una mujer que rompió el molde: Mi mamá.
En la casa de abuela, mis tías chineaban a sus primeros hijos a los 15-16 años. Dejaban el colegio o se veían obligadas a dejarlos para asumir sus nuevos roles como madre o esposa. Mi mamá salió del colegio y entró a Derecho en la Universidad de Costa Rica, trabajó para pagarse sus estudios y ayudar a sus muy, muy esforzados papás.
En medio de muchas limitaciones pero sobre todo de muchos ejemplos, ella rompió el molde. Cuando tenía 21 años se casó esperando el primer motor de su vida y la indiscutible alegría de mi casa, mi hermana Victoria. Dejó la Universidad pero no se conformó con su trabajo en el INS, decidió hacer los exámenes para ser Agente de Seguros (ganándolos con excelencia) y por ahí en algún álbum conservamos la foto del día en que se graduó con una gran sonrisa que la ha caracterizado durante tantos años.
A los 27 llegué yo a unirme a la familia y 5 años después, la relación de mis papás se quebrantó llevándonos a Mami, a Vicky y a mi a vivir en la casa donde conservamos los mejores recuerdos, allá en el Sur de la capital. En el sillón gris lloramos a mi papá, las 3 juntas apiñadas y fue también testigo del primer intento de mi hermana Victoria por planchar una camisa fuera del aplanchador, de nuestro primer árbol de Navidad solitas que siempre -hasta el día de hoy- recuerda a mi abuelo con el adorno del saxofón.
Fue donde tuvimos guardada la cera de nuestro primer carro durante meses hasta que su cochera fue techo de ese Datsun 120Y blanco, así nos enseñó Mami que la fe es llamar las cosas que no son como si fueran. Fue testigo de nuestras crisis financieras, de nuestros primeros paseos y de las graduaciones de la escuela. Todo eso, con Mami al frente, insegura de que pasos tomar pero teniendo siempre a Dios como su bandera y protección.
La misma casa alojó mi quinceaños y vió a mi mamá, por años, llegar a las 4pm de su trabajo en un Ministerio; tomarse un café y salir a las 5.30pm en ese mismo carro blanco a su trabajo en RadioMensajes hasta las 12mn. En su comedor sostuvimos la conversación en la que nos anunció, estando yo en 9no año, que iba a dejar su segundo trabajo para volver a la Universidad y terminar Derecho.
Por esos años mi hermana se casó, se fue de la casa y quedamos Mami y yo en lo que ya era nuestra fortaleza. Nunca vi a mi mamá llegar a la casa con menos de un 90 en sus notas, llevando bloques completos casi todos los cuatrimestres y varias veces fuí a grabarle las clases porque su trabajo le impedía asistir. Es imposible olvidar esas interminables horas en la mesa de la cocina escuchando clases de constitucional, agrario, penal y sobre todo derecho de familia; un favorito familiar. Por esas tardes y noches de estudio en conjunto es que siempre vacilo con ser un 1/4 abogada.
El mejor regalo que mi mamá me ha dado en la vida fue graduarse estando yo en 5to año de colegio. Su cara agotada de tantísimo esfuerzo fue remplazada por siempre con esa que nos sonrió desde la tarima del Colegio de Abogados con lágrimas en sus ojos; las mismas que con amor me dijeron "Te amo" ese 23 de Diciembre del 2004 cuando le entregaba mi título de secundaria.
Para ese entonces el carro ya era rojo, vivíamos en la misma Casa 11R y tuvimos un nuevo inquilino tras la llegada un año después del esposo de mi mamá a la casa. Gracias a eso, mi hermana y yo aprendimos desde muy pequeñas que la lucha por los sueños empieza en primer grado de la escuela, que llorar es limpiar el alma y que siempre, SIEMPRE se puede cambiar el curso de una historia.
Hoy les escribo desde una casa hermosa que mi mamá pudo comprar con su trabajo como Abogada en la Oficina de Género del Ministerio de Seguridad Pública, les escribo siendo Periodista porque nunca me faltaron pases, libros ni techo ni comida. Mi mamá NUNCA ha dejado de creer en mi.
Es talvez la historia de admiración más profunda que voy a contar jamás, el orgullo siempre me hace un nudo en la garganta porque es ella la mujer más valiente que conozco además de ser sin duda la más inteligente. Me enseño que las mujeres, si decidimos no conformarnos con esa terrible suerte echada que se nos impone generacionalmente, podemos utilizar la educación como una palanca no sólo de conocimiento sino también para trazarnos metas y lo más importante: Me enseñó que llega un momento en el que el "destino" nos lo forjamos con una decisión valiente.
Esas mujeres que rompen el molde no sólo se procuran un mejor futuro para sí mismas sino que cambian la visión de sus generaciones futuras. Mis primos hermanos (más hermanos que primos) y yo somos testigos de eso. En nuestra generación ha habido más profesionales y emprendedores que en muchos, muchos años de historia familiar. Todo por un decisión diferente, por un cambio, por un esfuerzo. Gracias a mi guerrera favorita, la de la Casa 11R por haber creído en sus sueños y haberse impulsado con 2 pares de ojitos verdes. ¡Gracias por haberme dado un futuro TAN diferente! A mis mujeres, a mis amigas, a mis guerreras: No paremos, no descansemos... Las mujeres PODEMOS cambiar el mundo.